lunes, 2 de diciembre de 2013

CAPÍTULO 09 - ISABEL: EN EL MUELLE, DE NOCHE


Esas sensaciones familiares: todo el día han estado las abejas

pecorando, zumbando entorpecidas

bajo la vibración del sol; obstinadas entre los pajonales, esos

que dan la miel más suave y cristalina, y abundante cosecha. La isla

ardía de

luz, reverberaba

en un espacio hecho como de agua más

blanca sobre el agua; los chicos metían sus risas en el río, saltaban

salpicando la orilla, Pedro

preparaba el asado, como cada domingo.

Y el mate iba de su mano a la mía en tranquilo diálogo.

El mundo era eso: el crepitar de la leña, el olor

de la carne serenamente asándose, la complacencia del día.

Luego

la voz en el teléfono, lejana, diciendo que la tía,

que Carmen, había muerto

 por asfixia beatífica. Y, qué

extraño, la palabra beatífica me hizo sentir bien durante unos segundos, sin alcanzar

aún lo de su muerte. Ahora

el agua golpea rítmicamente contra los pilotes y

la escalerita del embarcadero, la lancha

se mece, lenta, sobre la viscosa oscuridad del río, las magnolias esparcen su ámbar

en la noche

y el saxo de Stan Getz llega desde la casa.

El tiempo no nos sobra.

No acostumbrarme nunca, es todo lo que pido.

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