lunes, 30 de diciembre de 2013
CAPÍTULO 13 - ROSA: CONVERSACIÓN TELEFÓNICA
Yo opino
que es normal que estemos todos así
en el pueblo: ¿o no es la felicidad
lo más importante? ¿Y no viene, en muchas
ocasiones, con la
risa? A mí, Palotti me encanta, no veas
cuánto. Y lo mejor es que no imaginaba
que vendría: ha sido una sorpresa
magnífica. Sí. Sí, claro, por
lo del circo, que levantaron las funciones
y se marcharon. Mira: mejor. Él sabe
que aquí le queremos, y también él
nos quiere, lo ha dicho
hace dos años, la última vez
que estuvo. Que sí, mujer, que
sí. Si te apetece me lo
dices, y te compro un par, así lo sacas
al Ricard, que se distraiga un poco y converse con
Marc. Bueno, él
callado como siempre, ya sabes. Conmigo no es
que hable mucho, más bien lo suyo
es la jardinería; y este año
no ha sido muy bueno en eso, pero él
es hombre de costumbres. Vale, me dices
algo. A ti también, guapa.
lunes, 23 de diciembre de 2013
CAPÍTULO 12 - XAVIER: APUNTES DE UN JOVEN TRANSCRIPTOR
Durante los primeros veintisiete
minutos se formularon diecinueve preguntas; pero lo interesante
no es esa relación —nada infrecuente— sino que las respuestas
guardaban la siguiente secuencia: tres sí, y luego
un no. No me pregunte
lo que usted debería saber: tres sí
y luego un no, es el patrón conocido como
"el salto del cómplice", como un caballo, si juega usted
ajedrez. Por ejemplo, a las preguntas de si el nombre de ella era
Lenka Reiner, y si
nacida el 23 de septiembre de 1979 en República
Checa, y si hija de Orman Sines Reiner, astrónomo, con Petra
Myses, respondió que sí, pero a la
subsiguiente cuestión —que he transcripto junto con todas
las anteriores y las posteriores, según es
mi deber— a la pregunta, digo,
de si estaba ella involucrada directa
o indirectamente en la muerte de Carmen Centurión
Llobet, acaecida el pasado 2 de octubre en este mismo
municipio, respondió
que no. ¿Lo ve? En ese momento
el viento golpeó la ventana
violentamente: eso no lo encontrará usted
en las notas porque en principio
no es relevante, pero quizás lo sea. Y Lenka
Reiner
miró hacia los árboles del parque, y murmuró
algo incomprensible. ¿Cree usted
que a la propia Lenka, ese murmullo le resultara
realmente incomprensible, como consta en las
actas? Yo diría que no
miraba los árboles, o no apenas eso. Pero de ser
así: ¿que estaría mirando?
minutos se formularon diecinueve preguntas; pero lo interesante
no es esa relación —nada infrecuente— sino que las respuestas
guardaban la siguiente secuencia: tres sí, y luego
un no. No me pregunte
lo que usted debería saber: tres sí
y luego un no, es el patrón conocido como
"el salto del cómplice", como un caballo, si juega usted
ajedrez. Por ejemplo, a las preguntas de si el nombre de ella era
Lenka Reiner, y si
nacida el 23 de septiembre de 1979 en República
Checa, y si hija de Orman Sines Reiner, astrónomo, con Petra
Myses, respondió que sí, pero a la
subsiguiente cuestión —que he transcripto junto con todas
las anteriores y las posteriores, según es
mi deber— a la pregunta, digo,
de si estaba ella involucrada directa
o indirectamente en la muerte de Carmen Centurión
Llobet, acaecida el pasado 2 de octubre en este mismo
municipio, respondió
que no. ¿Lo ve? En ese momento
el viento golpeó la ventana
violentamente: eso no lo encontrará usted
en las notas porque en principio
no es relevante, pero quizás lo sea. Y Lenka
Reiner
miró hacia los árboles del parque, y murmuró
algo incomprensible. ¿Cree usted
que a la propia Lenka, ese murmullo le resultara
realmente incomprensible, como consta en las
actas? Yo diría que no
miraba los árboles, o no apenas eso. Pero de ser
así: ¿que estaría mirando?
lunes, 16 de diciembre de 2013
CAPÍTULO 11 - LENKA: PENSAMIENTOS EN LA SALA DE ESPERA
¿Y entonces para esto tanto pasar los otoños en casa de la abuela
Janova, y tanto Kromӗříšská los miércoles de diez
a doce; tantas anillas y tantos
caballetes, y colchonetas, y el olor a lejía, y aquella ropa blanca y
roja, y el Doctor
Mrkos y sus complementos para el crecimiento de los
huesos, y para esto aprender dónde
debe apuntar exactamente la barbilla y el ángulo exacto
entre el pulgar y el índice? ¿para esto Pavel esperándome
del otro lado de la alambrada, y las meriendas cruzando el puente, con
las sombras de los pinos alargándose hacia
nosotros? ¿Para esto las ardillas de Capekpark? ¿La cabeza en
la ventanilla del tren, adormecida, rumbo a
Hodonín? ¿La factoría, los turnos en las máquinas de
hilar, para esto? Que me manden
andando hasta casa en invierno, desnuda, sin
comida: eso
sería mejor que estar aquí, mientras me muestran láminas
y me preguntan qué
veo. ¿Qué puedo ver? ¿Puedo ver
los campos de Vyškov donde no hay más que el rostro desencajado
de una mujer muerta? ¿Qué veo en esas manchas negras? Finalmente
lo único que he aprendido aquí es que la belleza también debe
traducirse: aquí ya no soy Lenka
como lo soy en casa, aquí soy una extraña a la que preguntarle
qué ve: les digo que no veo nada, qué podría decirles.
Tampoco Boris es ya Boris, ahora tiene otro nombre, ellos
no pueden llamar Boris a Boris ni a Lenka
Lenka como nuestros hermanos, él
es un fugitivo cuyo perro ha quedado rondando el pueblo; yo soy
la chica de la pizzería, la que limpiaba en la casa
de Carmen, y todo
son malas señales. Madre, padre ¿verdad
que no era esto lo que debía suceder cuando hiciera todo
lo que me habíais dicho?
lunes, 9 de diciembre de 2013
CAPÍTULO 10 - JULIA: ANTES DE ESCRIBIR
Antes de escribir
nada, sería bueno saberlo: ¿qué tengo? Una conversación
confusamente halagadora en el Cráter, la sonrisa ambigua
de un boxeador desconocido —un motociclista
pálido guiándome en la noche, extendiéndome
un trozo de papel tras el cual seguir
buscando: aquello que yo misma hago
cada viernes
para el periódico de aquí. Insisto: ¿qué tengo?
¿Estoy impresionada por una muerte, por un esternón
roto, o por el modo en que Bernat señalaba una luz
titilando en lo alto del monte? Debo olvidarlo
todo, recordar
lo importante, volver al circo (anoto: buscar
bibliografía sobre los transhumantes, los
despojados, los
asesinos nómadas) penetrar el jardín de
Carmen; medir
la intensidad de las señales, hablar con
el forense. Otra
taza de café frente al ordenador; pregunto: ¿es cierto
lo que se comentaba
de Carmen? ¿Se comentaba algo de ella? Mi pelo
se ha resecado desde que estoy aquí en
este pueblo, giro
las puntas con la mano izquierda, mientras la derecha
sigue haciendo dibujos simétricos en una hoja
de papel: un chinito
que fuma frente al espejo, un gato —visto
desde arriba— caminando sobre una cuerda. El viernes
debo tener una versión más clara
de todo esto, debo explicarlo.
nada, sería bueno saberlo: ¿qué tengo? Una conversación
confusamente halagadora en el Cráter, la sonrisa ambigua
de un boxeador desconocido —un motociclista
pálido guiándome en la noche, extendiéndome
un trozo de papel tras el cual seguir
buscando: aquello que yo misma hago
cada viernes
para el periódico de aquí. Insisto: ¿qué tengo?
¿Estoy impresionada por una muerte, por un esternón
roto, o por el modo en que Bernat señalaba una luz
titilando en lo alto del monte? Debo olvidarlo
todo, recordar
lo importante, volver al circo (anoto: buscar
bibliografía sobre los transhumantes, los
despojados, los
asesinos nómadas) penetrar el jardín de
Carmen; medir
la intensidad de las señales, hablar con
el forense. Otra
taza de café frente al ordenador; pregunto: ¿es cierto
lo que se comentaba
de Carmen? ¿Se comentaba algo de ella? Mi pelo
se ha resecado desde que estoy aquí en
este pueblo, giro
las puntas con la mano izquierda, mientras la derecha
sigue haciendo dibujos simétricos en una hoja
de papel: un chinito
que fuma frente al espejo, un gato —visto
desde arriba— caminando sobre una cuerda. El viernes
debo tener una versión más clara
de todo esto, debo explicarlo.
lunes, 2 de diciembre de 2013
CAPÍTULO 09 - ISABEL: EN EL MUELLE, DE NOCHE
Esas sensaciones familiares: todo el día han estado las abejas
pecorando, zumbando entorpecidas
bajo la vibración del sol; obstinadas entre los pajonales, esos
que dan la miel más suave y cristalina, y abundante cosecha. La isla
ardía de
luz, reverberaba
en un espacio hecho como de agua más
blanca sobre el agua; los chicos metían sus risas en el río, saltaban
salpicando la orilla, Pedro
preparaba el asado, como cada domingo.
Y el mate iba de su mano a la mía en tranquilo diálogo.
El mundo era eso: el crepitar de la leña, el olor
de la carne serenamente asándose, la complacencia del día.
Luego
la voz en el teléfono, lejana, diciendo que la tía,
que Carmen, había muerto
por asfixia beatífica. Y, qué
extraño, la palabra beatífica me hizo sentir bien durante unos segundos, sin alcanzar
aún lo de su muerte. Ahora
el agua golpea rítmicamente contra los pilotes y
la escalerita del embarcadero, la lancha
se mece, lenta, sobre la viscosa oscuridad del río, las magnolias esparcen su ámbar
en la noche
y el saxo de Stan Getz llega desde la casa.
El tiempo no nos sobra.
No acostumbrarme nunca, es todo lo que pido.
lunes, 25 de noviembre de 2013
CAPÍTULO 08 - BERNAT: NOCHE DEL LUNES
Me pregunto si sabe dónde estamos. Espere:
voy a encender las luces para que pueda verlo.
¿Lo adivina, verdad? Esto
es nuevamente la entrada del pueblo, pero usted no lo había
notado. A eso me refiero, a que es posible que no haya sido la única
en confundirse. Pero dejemos eso: supongo que no le molesta
que fume. Mire
a su alrededor ¿no encuentra nada
fuera de lugar, nada que le parezca extraño? Está bien; yo
se lo diré: intente fijar su atención en aquella luz que se ve
sobre el capot, a la izquierda. Muy bien. Permítame que
sintonice la radio aquí; y ahora observe
lo que sucede con la luz. Es la casa de Quim. ¿Lo sabía?
Ahora apaguemos la radio y las luces
del auto. A su derecha debe haber una linterna, en el fondo
de la guantera; eso
mismo. Ilumine hacia el cielo
con tres señales cortas. Ahora aguardemos un poco. Ahí
está: véalo usted. Y ahora
apáguela: nos vamos de aquí
ya mismo, tenemos que regresar al pueblo, aún tengo
que enseñarle una o dos cosas más. ¿Recuerda aquella carta
que le mostré cuando bajamos al Cráter, la de Boris; esa que usted
me preguntó cómo había podido conseguir? Le voy a revelar
algo: la primera vez que la leí
me pareció extraña, apenas eso. Y después comprendí: Boris
no actuaba con ningún jersey. ¿Por qué diría
eso del jersey? Piénselo: aquí está el papel, mírelo
con cuidado. ¿Sabe usted
lo que es un acróstico? Imagino que sí.-
voy a encender las luces para que pueda verlo.
¿Lo adivina, verdad? Esto
es nuevamente la entrada del pueblo, pero usted no lo había
notado. A eso me refiero, a que es posible que no haya sido la única
en confundirse. Pero dejemos eso: supongo que no le molesta
que fume. Mire
a su alrededor ¿no encuentra nada
fuera de lugar, nada que le parezca extraño? Está bien; yo
se lo diré: intente fijar su atención en aquella luz que se ve
sobre el capot, a la izquierda. Muy bien. Permítame que
sintonice la radio aquí; y ahora observe
lo que sucede con la luz. Es la casa de Quim. ¿Lo sabía?
Ahora apaguemos la radio y las luces
del auto. A su derecha debe haber una linterna, en el fondo
de la guantera; eso
mismo. Ilumine hacia el cielo
con tres señales cortas. Ahora aguardemos un poco. Ahí
está: véalo usted. Y ahora
apáguela: nos vamos de aquí
ya mismo, tenemos que regresar al pueblo, aún tengo
que enseñarle una o dos cosas más. ¿Recuerda aquella carta
que le mostré cuando bajamos al Cráter, la de Boris; esa que usted
me preguntó cómo había podido conseguir? Le voy a revelar
algo: la primera vez que la leí
me pareció extraña, apenas eso. Y después comprendí: Boris
no actuaba con ningún jersey. ¿Por qué diría
eso del jersey? Piénselo: aquí está el papel, mírelo
con cuidado. ¿Sabe usted
lo que es un acróstico? Imagino que sí.-
lunes, 18 de noviembre de 2013
CAPÍTULO 07 - QUIM: REFLEXIONES DESDE EL OBSERVATORIO
De nuevo en casa: aquí arriba —sin nada que pueda
distraerme— todo
se comprende mejor. Digamos, por ejemplo, el aire: ¿qué
se puede decir del aire? Que está rancio, y que no
es el que toca en esta época. Y que eso no lo sabe la gente
del pueblo: ellos viven del aire y no serían capaces de adivinar
que inhalan y exhalan la misma masa inmóvil
desde hace días. Pero hay más: el modo en que las temperaturas
circulan allí, y el miedo, y la superstición
del dinero y de la existencia, todo eso está girando
sobre sí mismo; y si me lo preguntaran
diría que el pueblo se parece a un microondas gigante. La verdad
es que Carmen ha muerto de eso; aunque también de asfixia
beatífica, como dicen; y también, por dejarlo más claro
ha recibido una presión torácica constante
al menos durante tres minutos, antes de ahogarse. Y aún hay
más: desde aquí arriba también veo las
estrellas. ¿Qué dicen las estrellas? ¿Y qué dice la luna? ¿Explican
de algún modo las manchas en la piel
de Carmen? Y al mirar nuevamente
hacia abajo, vuelvo a ver dos perros, recorriendo
los callejones, los suburbios
donde otra vez el pueblo se disuelve en pastizales
quemados. Y más
perros, alrededor del descampado donde antes
hubo un circo, y ahora
un círculo en la tierra, con la imagen de un pez
trazada sobre el barro fresco, muy cerca
de las casetas móviles.-
distraerme— todo
se comprende mejor. Digamos, por ejemplo, el aire: ¿qué
se puede decir del aire? Que está rancio, y que no
es el que toca en esta época. Y que eso no lo sabe la gente
del pueblo: ellos viven del aire y no serían capaces de adivinar
que inhalan y exhalan la misma masa inmóvil
desde hace días. Pero hay más: el modo en que las temperaturas
circulan allí, y el miedo, y la superstición
del dinero y de la existencia, todo eso está girando
sobre sí mismo; y si me lo preguntaran
diría que el pueblo se parece a un microondas gigante. La verdad
es que Carmen ha muerto de eso; aunque también de asfixia
beatífica, como dicen; y también, por dejarlo más claro
ha recibido una presión torácica constante
al menos durante tres minutos, antes de ahogarse. Y aún hay
más: desde aquí arriba también veo las
estrellas. ¿Qué dicen las estrellas? ¿Y qué dice la luna? ¿Explican
de algún modo las manchas en la piel
de Carmen? Y al mirar nuevamente
hacia abajo, vuelvo a ver dos perros, recorriendo
los callejones, los suburbios
donde otra vez el pueblo se disuelve en pastizales
quemados. Y más
perros, alrededor del descampado donde antes
hubo un circo, y ahora
un círculo en la tierra, con la imagen de un pez
trazada sobre el barro fresco, muy cerca
de las casetas móviles.-
lunes, 11 de noviembre de 2013
CAPÍTULO 06 - BORIS: UNA CARTA PARA LENKA
Estaba buscando algo más que el olor de
la pólvora y que mi casco verde, y mi
jersey con el número siete; acostumbrado
a la velocidad y la amnesia —pero no esto. Es
raro —siempre creí
desear unas noches así, besarte bajo el neón del circo,
inventar un pasado en el que
nadie pudiera capturarnos con un truco de la memoria. Y en cambio
debo dejar el pueblo. Pensaré en ti la próxima vez que
esté dentro del cañón, y la siguiente. Y te recordaré
como la verdadera dueña del perfume
aquel, el que todo lo cura. Lenka: espero que jamás me
rechaces, ni a mis palabras (¿recuerdas? "yo
me enfrento al demonio...") que terminan aquí, en
el próximo verso, sin decir
nada más.
lunes, 4 de noviembre de 2013
CAPÍTULO 05 - BERNAT: PRIMERAS DECLARACIONES
Esos que hacen rugir las motos, esos
no hacen nada más que practicar
sus miradas; mírelos: lo han aprendido
todo, antes de saber ninguna cosa
útil. Una raya en el cromo puede acabar con ellos. Eso,
o una leve traición en el tono de voz, que delate
sus 17 o 18 años mal disfrazados. Esos no son hombres
que pudieran planear un asesinato; ni mucho menos intervenir
frecuencias paralelas, campos de gravedad — no imaginan siquiera
lo que eso pueda ser. Claro que voy
con ellos, y que se dicen "Los Cabros", hasta es cierto
que soy lo que podríamos llamar su jefe; pero es es algo
que ahora no lo comprendería usted. Apenas
sígame: lo que debe buscar es a alguien como
yo, pero no yo, alguien
que parezca otra cosa, que ordene sin levantar la voz, incluso
sin hablar. ¿Ve usted esos carromatos gigantes? ¿Ve esos
tipos sentados en sus sillas plegables, sobre el terreno ralo, empantanado
por la lluvia de anoche, haciendo como si jugaran
naipes y bebieran? Esos
ya no están allí; o no son ellos, o hay algo que no llego
a entender: ya han desmontado la carpa, y desde hace un par
de días ya no hay función. ¿Por qué no se ha marchado el circo aún?
¿Ve usted a aquél hombre con un anillo, ese a quien los perros
no dejan ni a sol ni a sombra? ¿Sabe quién es? Ahora le pido que olvide
a Los Cabros por un momento, y todas esas historias
de adolescentes: yo lo conozco y estoy seguro de que usted
también. Pero venga, acompáñeme por el camino comarcal
apenas un instante. Voy a mostrarle algo
que le interesará.
no hacen nada más que practicar
sus miradas; mírelos: lo han aprendido
todo, antes de saber ninguna cosa
útil. Una raya en el cromo puede acabar con ellos. Eso,
o una leve traición en el tono de voz, que delate
sus 17 o 18 años mal disfrazados. Esos no son hombres
que pudieran planear un asesinato; ni mucho menos intervenir
frecuencias paralelas, campos de gravedad — no imaginan siquiera
lo que eso pueda ser. Claro que voy
con ellos, y que se dicen "Los Cabros", hasta es cierto
que soy lo que podríamos llamar su jefe; pero es es algo
que ahora no lo comprendería usted. Apenas
sígame: lo que debe buscar es a alguien como
yo, pero no yo, alguien
que parezca otra cosa, que ordene sin levantar la voz, incluso
sin hablar. ¿Ve usted esos carromatos gigantes? ¿Ve esos
tipos sentados en sus sillas plegables, sobre el terreno ralo, empantanado
por la lluvia de anoche, haciendo como si jugaran
naipes y bebieran? Esos
ya no están allí; o no son ellos, o hay algo que no llego
a entender: ya han desmontado la carpa, y desde hace un par
de días ya no hay función. ¿Por qué no se ha marchado el circo aún?
¿Ve usted a aquél hombre con un anillo, ese a quien los perros
no dejan ni a sol ni a sombra? ¿Sabe quién es? Ahora le pido que olvide
a Los Cabros por un momento, y todas esas historias
de adolescentes: yo lo conozco y estoy seguro de que usted
también. Pero venga, acompáñeme por el camino comarcal
apenas un instante. Voy a mostrarle algo
que le interesará.
lunes, 28 de octubre de 2013
CAPÍTULO 04 - CARLES LLOBET: AL PIE DE LA ESCALINATA DE LA IGLESIA
Estoy aquí, en el borde
de un escalón, titubeante, esperando que mengüe
mi tos para poner el pie en el siguiente
escalón; y ya llevo
algún tiempo, según dice mi hijo Rafael: "Venga, papa, que nos vamos
a casa". Qué gris se ha puesto el cielo, Carmen. Este cielo, mira,
es que no vale nada. Ya te avisaré
yo, cuando haga bueno, y los chicos se vayan a desbrozar el campo, y vuelvan
a la mesa, los tres juntos, a comer tu pà
amb tomaquet. Mujer:
si tú estuvieras, no dejarías que me lleven así, y me den
todas esas pastillas, ni que hagan
tantas mediciones con radares en casa. Voy dormido, Carmen. Pero aún
entiendo lo que dicen de ti; hablan de asfixia beatífica y de superficies
sombreadas, y escuchan mi respiración. Mi única ventaja
es poder detenerme así, en este escalón, a ver el toldo verde y
azul del circo, con su estrella roja, aunque Francisco, es decir,
Rafael, me tome del brazo y me diga que nos vamos
a casa: ¿qué casa, hijo mío? ¿Que no ves que tu madre
ha muerto? Por momentos
se hace un gran silencio en mi cabeza, y parece
que se adentrara en otro más profundo, y más
definitivo que el de la muerte. Me sorprende ser yo
quien siga vivo, y me asusta, también.
de un escalón, titubeante, esperando que mengüe
mi tos para poner el pie en el siguiente
escalón; y ya llevo
algún tiempo, según dice mi hijo Rafael: "Venga, papa, que nos vamos
a casa". Qué gris se ha puesto el cielo, Carmen. Este cielo, mira,
es que no vale nada. Ya te avisaré
yo, cuando haga bueno, y los chicos se vayan a desbrozar el campo, y vuelvan
a la mesa, los tres juntos, a comer tu pà
amb tomaquet. Mujer:
si tú estuvieras, no dejarías que me lleven así, y me den
todas esas pastillas, ni que hagan
tantas mediciones con radares en casa. Voy dormido, Carmen. Pero aún
entiendo lo que dicen de ti; hablan de asfixia beatífica y de superficies
sombreadas, y escuchan mi respiración. Mi única ventaja
es poder detenerme así, en este escalón, a ver el toldo verde y
azul del circo, con su estrella roja, aunque Francisco, es decir,
Rafael, me tome del brazo y me diga que nos vamos
a casa: ¿qué casa, hijo mío? ¿Que no ves que tu madre
ha muerto? Por momentos
se hace un gran silencio en mi cabeza, y parece
que se adentrara en otro más profundo, y más
definitivo que el de la muerte. Me sorprende ser yo
quien siga vivo, y me asusta, también.
lunes, 21 de octubre de 2013
CAPÍTULO 03 - LENKA: NO ES CIERTO
No es cierto que estuviera todo el día en la cama, con el pulmón
pidiendo más descanso. Qué nada. Carmen paseaba por la casa,
contando y explicando cada desplazamiento. Yo
no soy nadie, como le dije a Bernat
cuando vino a querer saber más: "Bernat,
yo era gimnasta, pero estos brazos
los tengo de fregar las bandejas, los platos... Me distraigo
y se cae una copa: ¿eso es poco?" Entonces se fue con
su tabaco; yo sigo limpiando aquí
y después veo pasar a Quim con la caja, y su pose
es la del hombre nuclear. No es que sea
malo, ni nada, sólo está dominado por sus
cosas, todo
lo de allá arriba lo tiene girándose los ojos. Decía de Carmen: que era eso
lo que hacía en su casa, yo: un trinxat, el polvo
de los aparadores, las colchas a la tintorería. "Lenka; ¿oi que te he dicho
que no laves los pisos hasta el sábado?" El sábado
no llegó nunca para ella, y al volver al sitio estaba
todo cerrado, y ya no tengo que lavar el piso. La semana
pasada fuimos de compras, nos pintamos, me regaló un pañuelo que después
Boris —el hombre bala del circo— usó conmigo
una noche. Ahora no sé
dónde ha quedado nada de lo que sucedió antes del jueves, no me gusta
cuando pasan cosas, porque te hacen preguntas.
lunes, 14 de octubre de 2013
CAPÍTULO 02 - QUIM: AL BAJAR AL PUEBLO
El domingo
a mediodía bajo al pueblo, dejo la camioneta
en el inmenso parking del hipermercado —donde
el muchacho de la gorra blanca me saluda
y prosigue su ronda, entre cientos de marcas en el cemento
que indican dónde deberían estacionarse todos esos
vehículos que nunca llegarán hasta aquí— y tomo
de la guantera mi cuaderno, y mis gafas
de sol; y salgo. Importa poco
cargar el cajón de madera con el tomate, y la
lechuga roble, y los espárragos, de una punta a la otra
del vecindario: el domingo
se parece a este perro que ahora cruza la calle
—entre incrédulo y somnoliento— con esa laxitud
que la muerte admite en sus tareas. Primero veo a Bernat,
y a los otros que, apoyados en sus motos, conversan sin demasiado ánimo
con las chicas de la piscina: bajo un olmo, Bernat
le alcanza un cigarrillo a una de ellas, y veo el humo subir
por los rayos de sol que se filtran
entre las ramas. También esto
sucede en la misma luz acuosa e indolente. Y después es Lenka
quien me mira desde la barra de la pizzería: levanta
la cabeza, y vuelve
a concentrarse en el vapor con que quita las manchas
de las copas. Ahora sé —al pasar
con mi caja frente a la iglesia, donde algunos vecinos
despiden a la señora Llobet— que la causa de todo
es la Gran Mancha Roja de Júpiter, y al caminar
es esa convicción la que ordena a cada paso
las legumbres. Me detengo, no para saludar
a un cuerpo que ya nos ha abandonado, sino por ver
del otro lado de la calle, la explanada
donde el circo comienza a desmontar sus lonas, consciente
de lo poco que queda por hacer en el pueblo, nada.
a mediodía bajo al pueblo, dejo la camioneta
en el inmenso parking del hipermercado —donde
el muchacho de la gorra blanca me saluda
y prosigue su ronda, entre cientos de marcas en el cemento
que indican dónde deberían estacionarse todos esos
vehículos que nunca llegarán hasta aquí— y tomo
de la guantera mi cuaderno, y mis gafas
de sol; y salgo. Importa poco
cargar el cajón de madera con el tomate, y la
lechuga roble, y los espárragos, de una punta a la otra
del vecindario: el domingo
se parece a este perro que ahora cruza la calle
—entre incrédulo y somnoliento— con esa laxitud
que la muerte admite en sus tareas. Primero veo a Bernat,
y a los otros que, apoyados en sus motos, conversan sin demasiado ánimo
con las chicas de la piscina: bajo un olmo, Bernat
le alcanza un cigarrillo a una de ellas, y veo el humo subir
por los rayos de sol que se filtran
entre las ramas. También esto
sucede en la misma luz acuosa e indolente. Y después es Lenka
quien me mira desde la barra de la pizzería: levanta
la cabeza, y vuelve
a concentrarse en el vapor con que quita las manchas
de las copas. Ahora sé —al pasar
con mi caja frente a la iglesia, donde algunos vecinos
despiden a la señora Llobet— que la causa de todo
es la Gran Mancha Roja de Júpiter, y al caminar
es esa convicción la que ordena a cada paso
las legumbres. Me detengo, no para saludar
a un cuerpo que ya nos ha abandonado, sino por ver
del otro lado de la calle, la explanada
donde el circo comienza a desmontar sus lonas, consciente
de lo poco que queda por hacer en el pueblo, nada.
lunes, 7 de octubre de 2013
CAPÍTULO 01 - QUIM: LA TEMPORADA DE LAS HORMIGAS HA TERMINADO
La temporada de las hormigas ha terminado; comienza
octubre, y el frío
las hace retroceder, abandonar la crestas
de los rosales al final de la tarde, bajar desganadamente
por los surcos de las encinas, donde la savia todavía conserva su sabor, y
su viscosidad. Ahora buscarán
un refugio seguro, después de otro verano en el que, una vez
más, han salido
victoriosas y multiplicadas, y han llenado sus arcas de la dulzura del
melón y el frescor del tomillo y la
ginesta. El invierno
es un presagio que se deja olfatear en el horizonte; y ellas
—que hace pocas semanas dominaban su mundo
conocido, como si de la redonda vastedad de una calabaza
se tratara— hacen llegar el mensaje
hasta los últimos puestos en la avanzada de cada huerta. No hacen
mal: también nosotros
nos preparamos para la aridez del
Empordà, nos despedimos de ellas como guardamos la regadera y la
azada; sin rencor y sin haber
pretendido reordenar los ciclos, alejarlas, con
plaguicidas, de los frutos —en un ciego
egoísmo que sólo provocaría su
terquedad en seguir siendo hormigas, además de arruinar la labor del
verano, agregando a las hortalizas
una amargura incomparable. Es por eso que ahora —mientras en las
montañas comienza a silbar la Tramontana
que enloquece a las bestias, y sólo
los alimoches desafían las alturas con las últimas
fuerzas de las corrientes térmicas— al observar con falsa indiferencia
el repliegue incesante; me pregunto: el fin de la temporada
de las hormigas; ¿nos prepara a nosotros también para el
invierno o, mejor,
para la soledad?
octubre, y el frío
las hace retroceder, abandonar la crestas
de los rosales al final de la tarde, bajar desganadamente
por los surcos de las encinas, donde la savia todavía conserva su sabor, y
su viscosidad. Ahora buscarán
un refugio seguro, después de otro verano en el que, una vez
más, han salido
victoriosas y multiplicadas, y han llenado sus arcas de la dulzura del
melón y el frescor del tomillo y la
ginesta. El invierno
es un presagio que se deja olfatear en el horizonte; y ellas
—que hace pocas semanas dominaban su mundo
conocido, como si de la redonda vastedad de una calabaza
se tratara— hacen llegar el mensaje
hasta los últimos puestos en la avanzada de cada huerta. No hacen
mal: también nosotros
nos preparamos para la aridez del
Empordà, nos despedimos de ellas como guardamos la regadera y la
azada; sin rencor y sin haber
pretendido reordenar los ciclos, alejarlas, con
plaguicidas, de los frutos —en un ciego
egoísmo que sólo provocaría su
terquedad en seguir siendo hormigas, además de arruinar la labor del
verano, agregando a las hortalizas
una amargura incomparable. Es por eso que ahora —mientras en las
montañas comienza a silbar la Tramontana
que enloquece a las bestias, y sólo
los alimoches desafían las alturas con las últimas
fuerzas de las corrientes térmicas— al observar con falsa indiferencia
el repliegue incesante; me pregunto: el fin de la temporada
de las hormigas; ¿nos prepara a nosotros también para el
invierno o, mejor,
para la soledad?
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